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Vida después de la muerte. Si, yo y mis vainas tétricas, pero léanlo, se sorprenderán...o no.

  • yazimvalles
  • 20 sept 2014
  • 3 Min. de lectura

De entre tanto moco y flema (estoy un poco enferma) no sé de donde salió esta inspiración, pero salió. No sé si fue porque anoche me dormí viendo Hombres de Honor, la película favorita de mi querido José Rene, o porque tuve una discusión en tuiter con una muchacha a la cual los ateos o no creyentes le daban risa. Pero desperté con una pregunta en la cabeza: ¿hay vida después de la muerte?, no se confundan, no hablo de la “vida” mítica y espiritual a la que muchos se aferran, sino a la vida aquí en la tierra después de perder a un ser amado.

Entre mi dolor de garganta y mis delirios febriles de cuatro de la mañana, llegue a la conclusión de que si hay vida después de la muerte…de un ser amado. Si hay vida por que la vida no se detiene. Siento que esta es la manera que tiene el cosmos, el tiempo y el espacio de demostrarnos lo increíblemente pequeños que somos, lo increíblemente insignificantes que somos dentro de este gran universo creado al azar, cosa que algunos llaman “milagro de la creación”.

Cuando perdemos a un ser querido, sentimos que el tiempo se detiene…, pero lo único que se detiene es nuestro reloj interior, nos encerramos en nuestra burbuja en la cual tratamos de mantener todo exactamente igual con la esperanza de que el ser amado regrese y encuentre todo tal cual como lo dejo. Pero llega un momento en que esa burbuja estalla, y nos toca darnos cuenta que el mundo siguió girando, que el presidente se involucró en otro escándalo, que el guayacan floreo, que la gata dio a luz y que mi sobrina se agiganto mientras estuve encerrada en mi burbuja.

Me atacó otra pregunta: ¿puede un corazón destrozado por la pérdida volver a querer de nuevo? Si, si puede y no quiere más o menos, no, no cambia la cuantía, cambia la calidad, el amor que queda latente dentro de un corazón roto, madura y se hace más sabio, más cauteloso, pero está ahí, esperando, buscando…

Que cosa magnifica el ser humano y nuestra capacidad de adaptarnos a todo, inclusive al dolor más grande, el dolor de perder a un ser amado jamás se quita, simplemente aprendemos a vivir con él nos adaptamos a su presencia y a sus asaltos esporádicos.

En el libro El Hombre en Busca del Sentido, el autor Victor Frankl, un psiquiatra judío que fue llevado a un campo de concentración uso ese tiempo para estudiar como algunos sobrevivían, porque otros tomaban la decisión de acabar con sus vidas, y llego a la conclusión de que el al ser humano le pueden quitar todo, a sus seres amados, hasta la libertad y el último vestigio de dignidad, pero lo único que no le pueden quitar al ser humano es la libertad de decidir cómo va a reaccionar frente a una situación. O sea, no controlamos nada, solo nuestra reacción a determinada circunstancia. El autor también cita a Nietzshe cuando dice: “Aquel que tiene un porque, encuentra el cómo”.

En mi caso personal yo decidí que mi tragedia no iba a dictar el paso de mi vida, sí, me cambio, me hizo madurar, me hizo cuestionar mi fe hasta perderla, pero no iba a dictar el resto de mi vida, por eso cuando la melancolía o el dolor atacan siempre como por arte de magia aparecen mis algodones (como les llama mi estimada Yercia) mi mama, mi papa, mis tías, mis hermanos, mis hermosos sobrinos y que decir de mis maravillosos amigos y así tan súbitamente como ataca el dolor, así mismo mis algodones lo espantan y me regresan a la vida.

Así que si, por lo menos para mí, si hay vida después de la muerte, pero aquí, ahora, en este mundo loco y cruel, pero que si observamos con detenimiento hay más belleza que la más elaborada ficción, y a veces en el silencio de un lugar lindo, si escuchamos con atención, tal vez ese ser amado que se fue, nos susurre algo como: “flaca…por favor no adoptes un gato más…”

 
 
 

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